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arcos
Augusto Grigüol tiene que resolver un gran problema. Dilema. Está en el corazón
de su ética:
¿Debo por fin a los 34 años aprender
a manejar?
¿Debo por fin a los 34 años ir a un
psicoanalista?
Marcos Augusto Grigüol, tipo un Diógenes
de la Mirada
del Otro, se ha convertido en lo que llamaban “un maldito” (en el barrio se
ríen). En un maldito del barrio. Marcos Augusto Grigüol ha elegido un destino:
el desastre. Dos destinos: uno: el estancamiento. Suponiendo –supone el Narrador–
que él elige la puerta. Y no la puerta a él. Su novia, Rebeca Puertas, lo dejó.
O él la dejó a ella. ¡Es que es lo mismo!
–Yo
no te dejo, vos me dejás.
Le dijo ella a él o él a ella.
–Yo
no te dejo, me dejo.
Lo mismo. Él a ella o al vesre-versa. (A
esto no lo sé. Como Narrador no sé mucho, lo confieso. Voy al tanteo.) Es que
el Narrador es optimista, si eso es ser optimista, es como que está medio
enamorado de su personaje. O algo asá. Cree que Marcos Augusto Grigüol lo
eligió. Lo eligió a él como Narrador. Sí, eso cree. Pero, digo, cree, también,
que es una cosa –eso de lo que hablábamos– que Marcos Augusto Grigüol eligió.
Eso de dar como todo por ser Diferente, y después, un día, un día con H, notar
que lo que ya no se puede es no serlo. El Narrador podría pensar que estaba en
sus genes inscripto, o en su destino. Pero el Narrador –perdón que siga
arruinándolo todo– es como que cree en el psicoanálisis remoto del tuerto
Jean-Paul Sartre, ¿te acordás hermano? El Narrador piensa que hay que ir
desmontando elecciones, capas como decir “concienciales” –así decía el Abuelo–
de elecciones que Marcos Augusto Grigüol fue haciendo, nada de porque la madre
le tocaba el pitito o el padre se piantaba toda la semana. Sí, no es bueno para
andar contando cuentos el Narrador. Qué tipo el Narrador. No viene a cuento la
probable relación interpersonal entre el Narrador y nuestro Marcos Augusto Grigüol.
Vamos a dejar eso. Intentemos fijar un grano para llegar a él.
Porque es un tema ¿no? Todo un temita.
Cómo uno puede llegar a ser el personaje principal de un cuento (pongamos por
otra parte que esto es un cuento) en una situación biográfica de tal suerte:
No haber ido a un psicoanalista
nunca.
No haber manejado nunca un auto.
Es que este Personaje Principal che ¡qué
tipo eh! ¡Todo un personaje! La verdad que –piensa el Narrador, o… o qué sé yo,
o yo– como personaje da, da para cuento o para algo, da para ser narrado. ¿Será
que quería ser narrado? Habría que preguntarle:
–
¿Vos querías ser narrado?
Y de paso al Narrador:
–Vos
narrar… ¿querías?